¿Jesucristo es Dios?
IV._ Obras de Jesús
IV._ Obras de Jesús
La vida de los hombres, he dicho anteriormente, ésta con frecuencia en disconformidad con la opinión que tienen formada de si propias. Es una contradicción que denota, por una parte, el origen divino del hombre que en sus sueños de ilusión parece añorar las alturas de donde fue derribado, y, por otra parte, el peso formidable de miseria y debilidad que le impide sus vuelos generosos.
En Jesucristo no existe tal contradicción. La más sublime armonía entre su opinión y sus actos, entre sus palabras y sus obras se observa toda su vida. Él pudo repetir, como nadie, a sus enemigos, con la plena seguridad del triunfo: Si no me creéis a Mí creed a mis obras.
Jesús comprendió que hasta cierto punto era natural que no se fiasen de sus simples afirmaciones._ por más que sus solas afirmaciones no eran tan simples como todo eso_, porque un hombre, a fin de cuentas, no es buen juez de su propia causa.
Pero es que ya no soy yo quien me glorifico, decía sino que es mi Padre el que da testimonio de Mí por medio de mis obras.
a) Los milagros
El primer género de obras que en la vida de Jesús declaran su divinidad son sus milagros.
El milagro es un hecho sensible que supera las fuerzas de la naturaleza y deroga sus leyes, y que por consiguiente, solo Dios puede realizar, porque solo Él manda en la naturaleza.
Pues bien: Jesucristo hizo milagros en abundancia y en público y con evidencia abrumadora. Curar paralíticos, limpiar leprosos, sanar ciegos, resucitar muertos era cosa corriente en su vida. Y, como se ve, todos esos eran milagros de los grandes, de los que no se pueden ignorar fácilmente ni tergiversar con explicaciones truculentas… El Evangelio solo menciona treinta y nueve de esos milagros; pero es evidente que fueron muchos más, a juzgar por lo que dice San Juan de que si se escribiesen todas las cosas que hizo Jesucristo, no cabrían en el mundo tantos libros.
Él se encaraba con las olas del mar y las hacia callar co más facilidad con que nosotros dominamos y ponemos orden en un pelotón de chiquillos díscolos. El hombre no puede encararse con la naturaleza. Haría reír si un día de tormenta saliese a la calle y se pusiese a increpar a las nubes y al viento como hacia Jesucristo; calla enmudece. Si no dominamos nuestros nervios, si ni siquiera somos dueños de nuestro humor, ¿Cómo vamos a pretender dominar las olas y el viento?
No vale decir que también Moisés y los profetas y los apóstoles y los santos hicieron milagros sin ser Dios. Porque ellos los hacían sólo por delegación divina, tenían el poder prestado, no lo tenían propio. En cambio, Jesús los hacia en nombre propio, sin necesitar permiso ni delegación de nadie. Procedía como quien es señor absoluto, y hasta delegaba a sus discípulos para que los hicieran a su vez. Tal proceder no se puede negar que es auténticamente divino.
IV__A
Los milagros
El
primer género de obras que en la vida de Jesús declaran su divinidad son sus
milagros.
El milagro es un hecho sensible
que supera las fuerzas de la naturaleza y deroga sus leyes, y que por
consiguiente, solo Dios puede realizar, porque solo Él manda en la naturaleza.
Pues bien: Jesucristo hizo
milagros en abundancia y en público y con evidencia abrumadora. Curar
paralíticos, limpiar leprosos, sanar ciegos, resucitar muertos era cosa
corriente en su vida. Y, como se ve, todos esos eran milagros de los grandes,
de los que no se pueden ignorar fácilmente ni tergiversar con explicaciones
truculentas… El Evangelio solo menciona treinta y nueve de esos milagros; pero
es evidente que fueron muchos más, a juzgar por lo que dice San Juan de que si
se escribiesen todas las cosas que hizo Jesucristo, no cabrían en el mundo
tantos libros.
Él se encaraba con las olas del
mar y las hacia callar co más facilidad con que nosotros dominamos y ponemos
orden en un pelotón de chiquillos díscolos. El hombre no puede encararse con la
naturaleza. Haría reír si un día de tormenta saliese a la calle y se pusiese a
increpar a las nubes y al viento como hacia Jesucristo; calla enmudece. Si no
dominamos nuestros nervios, si ni siquiera somos dueños de nuestro humor, ¿Cómo
vamos a pretender dominar las olas y el viento?
No vale decir que también Moisés
y los profetas y los apóstoles y los santos hicieron milagros sin ser Dios.
Porque ellos los hacían sólo por delegación divina, tenían el poder
prestado, no lo tenían propio. En cambio, Jesús los hacia en nombre propio, sin
necesitar permiso ni delegación de nadie. Procedía como quien es señor
absoluto, y hasta delegaba a sus discípulos para que los hicieran a su vez. Tal
proceder no se puede negar que es auténticamente
IV__B
Las profecías
Profecía
es otra obra divina, porque conocer a ciencia cierta el porvenir—no
precisamente el que depende de leyes fatales y necesarias—sino el que depende
de voluntades libres, no pertenece más que a Dios.
Y Jesucristo hizo en nombre propio una
multitud de profecías de esta naturaleza, comprometiéndose ademas, a realizar
lo que profetizaba.
Profetizo su pasión, su muerte y
resurrección.
Profetizo ademas la traición de Judas, la
triple negación de Pedro, la venida del espíritu santo sobre sus apóstoles, los
futuros milagros de estos, sus padecimientos y sus martirios.
Profetizó también la ruina de Jerusalén, la
destrucción del templo y la dispersión del pueblo judío.
Profetizó por fin, la publicación del
Evangelio en todo el mundo, la conversión de los pueblos y la duración perpetua
de la Iglesia.
Estas profecías, por otra parte, se han
cumplido; porque su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo, la conversión
del mundo al Evangelio, el establecimiento y duración de la Iglesia son hechos
históricos absolutamente ciertos.
Con lo cual demostró Jesucristo estar en
posesión de una ciencia divina, porque solo ella es capaz de conocer semejante
futuro.
IV__C La Enseñanza
El pueblo judío había tenido muchos doctores,
legisladores y profetas. Pero ninguno enseñó
como Jesucristo. Él se coloca por encima
de todos y tiene una manera de enseñar que descubre claramente que es
Dios.
No dice como los maestros humanos: Yo soy el camino. No afirma como los sabios: os voy a enseñar la verdad, sino que dice: Yo soy la verdad. No promete como los legisladores y profetas: Hallareis la vida en mis leyes o mis revelaciones, sino dice: Yo soy la vida. Es decir, toda enseñanza es como de quien tiene una autoridad sobrehumana. Razón tenían los judíos al reconocer que jamás hombre alguno ha enseñado como él. La autoridad divina que manifestaba sobre el mundo físico por sus milagros, la manifestaba igualmente sobre el mundo intelectual por sus enseñanzas.
Por otra parte, Jesucristo es a la vez el doctor más sublime y el más llano: sabe cautivar a los niños, a las pobres mujeres del pueblo, lo mismo que a los letrados de Israel. El Evangelio, si lo lee el hombre de la calle lo entenderá: si lo lee el intelectual se pasmara. Es con toda propiedad como el rio de Ezequiel, que por un cabo llegaba hasta los tobillos, y por otro no se podía vadear, donde, como dicen los Santos, andan los corderos y nadan los elefantes. Esa síntesis de sencillez y grandeza es carácter netamente divino.
No dice como los maestros humanos: Yo soy el camino. No afirma como los sabios: os voy a enseñar la verdad, sino que dice: Yo soy la verdad. No promete como los legisladores y profetas: Hallareis la vida en mis leyes o mis revelaciones, sino dice: Yo soy la vida. Es decir, toda enseñanza es como de quien tiene una autoridad sobrehumana. Razón tenían los judíos al reconocer que jamás hombre alguno ha enseñado como él. La autoridad divina que manifestaba sobre el mundo físico por sus milagros, la manifestaba igualmente sobre el mundo intelectual por sus enseñanzas.
Por otra parte, Jesucristo es a la vez el doctor más sublime y el más llano: sabe cautivar a los niños, a las pobres mujeres del pueblo, lo mismo que a los letrados de Israel. El Evangelio, si lo lee el hombre de la calle lo entenderá: si lo lee el intelectual se pasmara. Es con toda propiedad como el rio de Ezequiel, que por un cabo llegaba hasta los tobillos, y por otro no se podía vadear, donde, como dicen los Santos, andan los corderos y nadan los elefantes. Esa síntesis de sencillez y grandeza es carácter netamente divino.
IV__D La vida Santa
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